Qué alegría vivir cada año el bello camino que nos lleva, a través de la Cuaresma, hasta la fiesta de la Pascua, la deslumbrante manifestación del amor infinito de Jesús por cada uno de nosotros. El inicio de la Cuaresma es el tiempo perfecto para voltear hacia el centro del universo, Dios, nuestro Creador, nuestro Salvador, nuestro Padre.
Debemos constantemente esforzarnos y concentrarnos mantener nuestras vidas en dirección, pero también debemos desarrollar una relación profunda con nuestro Salvador.
La Tradición de la Iglesia propone tres herramientas para una conversión más profunda: la oración, el ayuno y la limosna. Estas tres herramientas expresan de forma sucesiva la conversión en nuestra relación con Dios, nosotros mismos y los demás. Nos ayudan a corregir nuestros vicios mientras perseveramos en la caridad.
El tiempo de Cuaresma puede parecer austero porque el camino de la salvación, al inicio, es siempre difícil. Sin embargo, como lo escribió San Benito, "en la medida que progresamos en una vida santa y en la fe, nuestro corazón crece y es con una indescriptible dulzura del corazón que uno corre en el camino de los mandamientos de Dios." Por eso, la Cuaresma no es tiempo de tristeza, sino de gozo. Regocijémonos porque una vez más tenemos la oportunidad de mostrarle a Jesús cuánto lo amamos.