Flu lo ganó en el tiempo suplementario de una final electrizante. El Xeneize luchó y dio todo, pero se quedó sin nada. Se le negó. Una vez más. Como si fuera una Copa que se resiste, que es esquiva, que se escapa, otra vez se fue.
Y se fue justo cuando la tenía cerca, cuando el equipo de Jorge Almirón había tomado la decisión de ir por ella, cuando el partido estaba a pedir de Boca, cuando tenía el control futbolístico y anímico de su propio sueño.
Eso será lo que el Xeneize, sin dudas, más lamentará de esta derrota por 2 a 1 que lo dejó sin la Séptima. Fluminense es campeón por primera vez de la Copa Libertadores, justo en su casa, en el Maracaná, como si tuviera el destino escrito. La ganó justo cuando más cerca estaba de perderla. Y Boca, de quedarse con ella. Así, se le fue la tercera final seguida (2012, 2018 y 2023). De no creer.
Lo único que se podrá reprochar el equipo de Almirón serán sus primeros 45 minutos. Porque jugó con confusión, con pasividad, sin decisión. Y por esa razón se fue al entretiempo 0-1, con el gol de Cano. Pero después, ya en el segundo, Boca fue otro. Otro desde la imagen, desde la garra y desde el corazón. Fue con empuje y, fundamentalmente, fue con otra postura, parado 20 metros más adelante. Y así, con otra determinación, jugó un encuentro diferente.
Por eso, cuando lo empató con ese nuevo zurdazo de Advíncula, tuvo todo para ganarlo. Porque Fluminense sintió el golpe y se derrumbó. Al punto que Chiquito Romero, en esa segunda etapa, casi no tocó la pelota. Boca lo buscó sin demasiadas luces, pero lo buscó. Era más que el Flu, en cuerpo, alma y espíritu.
Con el 1-1, Almirón movió el banco. Salieron el Colo Barco y Cavani, cuyas ausencias en el funcionamiento del equipo se sintieron. Entraron Langoni y Pipa Benedetto. Desde esa decisión, el Xeneize pareció decidido a ir por la Copa más esquiva de su historia. Y aunque no fue abrumador, dominó, hizo méritos, hasta Merentiel sacó un remate, cerca del final, que se fue apenas desviado.
Parecía, aun en ese momento, aun con el partido camino a la alargue, que Boca sí podía, que lo peor ya había pasado. Por entonces, el alargue no era una mala noticia. Porque el Xeneize estaba mejor y porque la chance de los penales, allá a lo lejos, también generaba esperanzas.
Almirón refrescó el ataque con Janson por Merentiel. Y el Xeneize mantuvo el control ante un Fluminense que había perdido el camino. Hasta que pasó, hasta que encontró cinco pases seguidos, entre Lima, Keno y Kennedy, y el delantero que entró en el segundo tiempo facturó un golazo, con un remate inatajable para Romero.
Fue el 2-1 a los 10' del primer tiempo suplementario. Y fue, además, un verdadero golpe para Boca. Porque ahí mismo, sonó a castigo. Por lo que había peleado ante la adversidad, por lo que había luchado para revertir el 0-1 inicial, por cómo lo estaba jugando.
Esos últimos minutos fueron una locura. Se fue expulsado Kennedy por esa segunda amarilla que se ganó por excederse en el festejo y el Xeneize pareció tener ahí una luz de esperanza. Sin embargo, le duró hasta que Fabra, en otra actitud poco inteligente y e irresponsable, se hizo expulsar en el final del primer tiempo suplementario por cachetear a Nino. Diez contra diez, con el reloj en contra y el cansancio acumulado, a Boca se le hizo demasiado cuesta arriba.
Probó Almirón con Saracchi para los centros y con Taborda para tener algo más de juego, pero no le alcanzó. Y en el final, el DT sacó a Figal, el que iba al frente con la lanza, el que jugó un partidazo desde el fondo, el que empujaba al equipo al empate, para poner a Valdez en busca de algún cabezazo salvador. Acaso habrá que marcárselo como un error, aun con el partido ya en zona de milagro.
Se le fue a Boca. Una vez más. La Séptima se escapó en un Río de Janeiro donde su gente montó la mayor movilización de la historia de un club en otro país. Eso sí que no se olvidará. Mientras tanto, éste será un golpe difícil de digerir...